martes, 17 de agosto de 2010

No. Del 4 de agosto al 3 de Septiembre. Galería Vasari.


miércoles, 11 de agosto de 2010

Y algo de todo eso que no sabemos que sabemos.


PAISAJISMO
En los paisajes de plastilina que Mauro Koliva hace desde hace algunos años, aparecen cosas que nos recuerdan a órganos, estructuras que hemos visto en las ilustraciones del cuerpo humano o en libros de biología, en las figuras didácticas que ya son un género en sí mismas y nos explican cómo se verían esas cosas que el ojo no debe percibir nunca en forma directa. Cosas infinitamente pequeñas, como una célula, o cosas que se encuentran detrás de la piel, en lugares que sólo se revelan si estamos frente a un accidente. Objetos cuyo aspecto “conocemos” sólo por una cuestión de fe, podría decirse –ahí donde la palabra fe se acerca a imaginación.

ARREGLOS DE MESA
Vemos un mundo de objetos desparramados pero conservados, intactos, brillantes, cada vez más brillantes e impermeables, siempre vivos y por eso siempre lejos de la temporalidad de la vida. Hay un humor feroz en este conjunto, un humor que por momentos se vuelve gore, tiene la risa, la mueca del muerto sangrante de las películas de terror que consumimos todo a lo largo de dos décadas plenas de contraste: los 80 y los 90. El Accidente había ocurrido, por cierto, en la década anterior y las superficies y las cosas que en ellas se apoyaban ya se habían quebrado entonces. Nosotros, cuando niños, deambulamos entre esas cosas –sin saberlo muy conscientemente, aunque tendríamos que ponernos a definir qué significa saber…

CIRUGIA
Se podría decir que Mauro es uno de esos ateos indómitos, insobornables. Pero curiosamente en toda su obra hay la paciencia y la humildad de un monje y esa actitud, esa postura frente al trabajo, que sólo es posible cuando hay amor en un sentido muy generoso, amplificado; un amor por lo que se ve y por lo que se hace. Una obra tal está hecha de una sumatoria de tiempo amoroso
acumulado y sin comprimir, desplegado en el espacio, en las superficie de papel y plastilina. Birome o bisturí, tatuando pacientemente la piel de sus extrañas criaturas, para que deambulen coquetas por el mundo.

EQUILIBRISMO
Todos los martes por la noche bajo en la estación Chacarita y veo a las 10 de la noche los aprontes para subir el cartón en la línea San Martín. Al mirar algunas series de los dibujos de Mauro, donde vemos unos bultos enigmáticos que no se sabe bien dónde tienen su punto de apoyo, muchas veces he pensado en esas montañas móviles que son trasladadas con velocidad y pericia, esos enormes sacos que los cartoneros hacen rodar, en un equilibrio apabullante, hasta los trenes, cada noche. ¿Cuánto de viaje, movimiento, materia e información se acumula en esos paquetes? Tengo la sensación de que en las imágenes que dibuja Mauro, reverberan los ecos de algunas visiones urbanas recolectadas en caminatas por Buenos Aires, y luego traducidas en un trazo lúcido e ilusionista a la vez.

TEATRO
Un poco más acá en el tiempo, han empezado a entrar otros personajes en la escena, prestemos atención porque no son secundarios: la garrafa de gas; la mesa en miniatura con un perro disecado; el bloque de ladrillos fabricados uno a uno, y amurados con revoque como un muro real; la soga de colgar trapos y ristras de vísceras ordenadas; las pudorosas bolsas de consorcio negro; caños cortados quirúrgicamente porque podrían ser venas o huesos; paredes revestidas de acolchados y botones forrados de cuero; pala; micrófono; amplificador –el día que lo terminó, Mauro estuvo a punto de levantarlo por la manija, tan compenetrado había estado en la ficción-; baldes con fluidos aceitosos; hachas; martillos; sogas; césped; todo va conformando una especie de Easy delirante, donde las cosas están para mostrar su función alucinada, un espacio donde el usuario podría iniciar procesos de conocimiento que están explicitados en el objeto mismo, como las piezas de ajedrez de la Bauhaus, que tenían el dibujo de su movimiento tallado en la cabeza. Solo que… oh, no entramos en este lugar mágico, porque, porque, porque simplemente no cabemos. En un libro que me regaló Mauro, encontré un pasaje que describe a la perfección el encuentro entre lo Grande y lo Chico: “Miniaturizar significa hacer inútil. Pues lo que queda grotescamente reducido es, en cierto sentido, liberado de su significado: su parvedad es lo notable en él. Es al mismo tiempo un todo (es decir, completo) y un fragmento (tan diminuto, la escala errada). Se vuelve objeto de contemplación desinteresada o de ensueño. El amor a lo pequeño es una emoción de niño, colonizada por el surrealismo.” [1]

MAGIA
Sabiéndolo y no, Mauro Koliva ha ido atravesando en su obra una serie de preguntas sobre la utilidad de algunas cosas como, por ejemplo, la belleza. Y algo que me intriga es ¿sabe él acaso que ese universo que ha ido fabricando poquito a poco tiene un efecto tan profundo en nosotros? ¿Sabe medir la intensidad de las imágenes que nos regala, el alcance de esa alegría del hacer, la potencia de ese conjuro?


[1] Susan Sontag, Bajo el signo de Saturno, 2007, Ed. Sudamericana, Bs.As.
Leticia El Halli Obeid
Buenos Aires, Julio 2010
Otro bloque blando. Birome sobre papel. 146 x 95 cm. 2010